El mundo socio-laboral de hoy nada tiene que ver con el de hace dos o tres décadas, porque crear una empresa era de alguna manera un objetivo prioritario de muchas personas que decidían dar empleo a trabajadores y a su vez trabajar para sí, adquiriendo la condición de empresario o como hoy le llamamos empleador. El tiempo ha cambiado expresiones que hoy con las nuevas categorías profesionales son más modernas y más atractivas y confundibles, pues de la expresión obrero, peón o mozo, hemos cambiado por persona trabajadora que aglutina a todo aquello que hoy nos parece peyorativo, pero que sin embargo eran más eficientes y de trayectoria vocacional, cosa que hoy no está ocurriendo.
Nuestros legisladores que en su gran mayoría no han conocido un trabajo por cuenta ajena ni propia en su vida, han legislado de cara a la galería creyéndose que el mundo del trabajo lo han cambiado y no se han dado cuenta que ellos mismos se han engañado hasta cuando se miraban al espejo, porque tanta diarrea legislativa, tantos sobrenombres copiados de otros países y tantas profesiones que están huecas y no encuentran un solo empleo están haciendo del empleador o empresario gente que abandonan a diario esa condición que vocacionalmente han tenido porque no pueden sostener tanta normativa y tantos palos en las ruedas como hoy tiene el mundo empresarial y tanto coste económico que termina hundiéndolos.
Parece como si el empleador o empresario fuese un presunto delincuente que desde que se levanta hasta que se acuesta no hace más que explotar al subordinado y cometer infracciones por doquier, olvidando quien legisla que para poder pagar una nómina con tantos requisitos como hoy existen a final de mes hay que hacer “encajes de bolillos” para tantos y tantos impuestos que lleva una empresa por muy pequeña que esta sea, porque si tocamos el mundo de las pymes, micropymes o profesionales con trabajadores no hay quien pueda mantener el tipo.
Para poner un ejemplo, las empresas sean del tamaño que sean tienen que guardar decenas de protocolos que son inasumibles, pues abrir las puertas por las mañanas tienen que contar con el registro diario de jornada, protocolo de acoso laboral, protocolo de desconexión digital, herramientas homologadas para la prevención de riesgos laborales con su concierto al efecto de prevención de riesgos laborales, violencia de género, pago excesivo de Seguridad Social, protección de datos, liquidaciones a la Hacienda Pública del IRPF de los trabajadores, calendario laboral, registro retributivo y hasta una empleada de hogar tiene que conocer si la escalera metálica que le compró el empleador se encuentra homologada para no incurrir en un accidente de trabajo donde en caso de la infracción por ello, tenga que abonar un recargo de prestaciones y no digamos el coste de los salarios y de esos convenios colectivos negociados sin ton ni son. Hay que estar vigilantes a la visita de la Inspección de Trabajo para que todo esté en orden y mil episodios legales más que quien se encuentra en ese mundo inalcanzable renuncia y, por tanto, deja de ser ese valiente empleador que se levanta casi de madrugada para abrir un negocio, atender al público y saber que día a día las adversidades laborables son incontables y sancionables y ello sin entrar en los posibles despidos nulos y juzgados que tardan una eternidad en señalar las vistas de los juicios y lo peor, las razones económicas que le sobrevienen a las empresas. Es decir, el empleador si está casado, le es más fácil divorciarse de su cónyuge que poder extinguir la relación laboral que tiene con su trabajador/a.
Esto es lo que hasta hoy tenemos, pero es más, se suben los salarios mínimos sin contar con ellos y se reducen jornadas también si contar con ellos. Es decir, que un Gobierno puede tirar con “pólvora del Rey” y que los demás paguen sus “travesuras” y su populismo, algo que se hace imposible y que visto el panorama hay que ser hoy muy valiente para ser empresario/a.