Hace un año, de forma casi inesperada, nos sorprendió un nuevo estilo de vida que nos venía a llamar a nuestros corazones para decirnos que nuestra avaricia, nuestras escaladas, nuestro pisar al prójimo para yo quedar por encima, el protagonismo y ambición para anteponernos a nuestros hermanos y para estar olvidados de la existencia de Dios, ya no era lo usual. Apareció algo insólito y ya obsoleto de otros siglos como ha sido una pandemia que nos ha hecho reflexionar y ponernos entre la vida y la muerte y de camino nos ha dado un testimonio de que no somos nada y que los humanos estamos de paso para cumplir lo mejor que podamos nuestras obligaciones de toda índole y ver como nuestros hermanos, en silencio, se nos han ido por millares.
Hoy, más que nunca tenemos, como cofrades y cristianos, hacernos coparticipes de tanta miseria y de tanta necesidad como estamos viviendo, ya sea en nuestras propias carnes o viendo al prójimo padecer y pasar frio en las colas de cáritas para poder llevarse algo a la boca. Antes todo era felicidad, parecía que podíamos superar todas las enfermedades y el egoísmo afloraba en nuestra conducta y nos hacíamos ególatras de todo aquello que fuera en beneficio de nuestro propio narcisismo, pero no, un simple virus, desconocido al principio, pero mortal nos ha visitado al mundo y nos ha puesto de manifiesto lo débiles que somos. Por eso, hoy más que nunca, tenemos que compartir con nuestros hermanos lo que ellos no tienen, tenemos que compartir que millones de familias no tienen un trabajo digno ni seguro, tenemos que compartir que millones de humanos mueren en la soledad más deprimente, porque ni siquiera tienen medicinas ni medios sanitarios para una muerte digna y gracias a misioneros y misioneras de la vida pueden levantar el “vuelo”. Por eso, tenemos ahora el momento más claro para mirar y enjugar el rostro del prójimo como hizo la Verónica con Jesús. Esto nos hace recapacitar, dentro de nuestras debilidades, que si Cristo vivió su Pasión tan dura y fue tan maltratado, tan incomprendido y tan injustamente juzgado, terminando crucificado en una Cruz junto a dos ladrones, nosotros también tenemos que tener la nuestra, pues nos advirtió muchas veces que lo que hacíamos con el prójimo los hacíamos con Él, por tanto, es el momento de activar nuestras conciencias y mirar hacia tantas necesidades como existen y sufrir como Cristo lo hizo para salvar al mundo de muchas penalidades.
¿Cuántas vicisitudes se están plasmando cada día?, ¿Cuántos horrores estamos viviendo?. Pero si nuestra oración permanece y nuestro espíritu está mirando a ese Jesús con su Pasión, seguro que saldremos mejor de todo lo que nos viene ocurriendo. Eso, es ser Cristiano, lo demás es aparentar. La pandemia no es ni un maleficio, ni un castigo, ni nada parecido; es un ciclo natural de la vida, como ha ocurrido durante muchos siglos, pero hasta que no nos hemos visto envuelto en ella, no nos hemos dado cuenta de la necesidad de pedir confiadamente a Dios para que nos ayude en tantas cosas que por no practicar lo teníamos olvidado.
Por ello, desde estas líneas quiero recordar a tantísimos capellanes que socorriendo en sus almas a los enfermos les han podido dar su adiós ante el trance de la muerte. ¿Cuántos profesionales de la sanidad han consolado y llorado junto a esos enfermos que uno superaban el covid o cualquier otra enfermedad y otros se tenían que ir solos porque ninguna mano se la tendía más que Cristo, cuando lo recibía en su Gloria. Tantos y tantos fracasos y hundimientos que la sociedad que hoy tenemos ya no es la misma. Por eso, quiero reproducir la meditación que en el Viacrucis de la Cuaresma de este año tuve con humildad de leer: ¡Cuántas personas sin nombre, en estos días duros de la pandemia, limpian el sudor de la enfermedad de muchos rostros!, ¡Cuántos son los que se están ocupando de que los rostros de los “sin techo” encuentren cobijo!, ¡Cuántos los que descubren tu rostro, Señor en aquellos a quienes ayudan a salir de esa espiral de destrucción hacia la que han sido arrastrados por gentes sin conciencia!.
Con esta meditación tenemos que trasladar nuestros sufrimientos en todo este periodos de tiempo, pero no nos olvidemos: la Pasión de Cristo es la que tenemos que seguir todos los días para que al final de nuestras vidas podamos tener esa recompensa de que la vida ha sido un pasaje, pero que en ella cumplimos como cristianos, como cofrades y como miembros de la Iglesia, pues mirar para otro lado nos hará más sufridores de lo que pensamos, porque al final de nuestros días y en esa rendición de cuentas, sabremos cómo la balanza se irá para un sitio o para el otro en función de nuestras actuaciones y nuestra entrega como cristianos.