Si bien no es costumbre en mí ausentarme de mi ciudad en Semana Santa y es la primera vez en mi vida que lo hago, decidí visitar Roma desde el Viernes Santo hasta el Lunes de Pascua, todo ello, porque tenía que ver a mi hija que se encuentra en esa ciudad tan maravillosa entregada a su vocación de la cual me siento sumamente orgulloso.
Me fui con un poco de “repeluco” porque muy cerca, a 90 kilómetros, había sucedido días antes un terremoto que ha dejado decenas de muertos y casas en ruinas, pero pese a ello, he pasado unos días maravillosos, alejado de mi vida pública y profesional, pues ya el cansancio y agotamiento del trabajo me pedía cambiar de aires. Ya estuve en Roma hace unos pocos de años y, precisamente, por cuestiones profesionales y públicas, pero esta vez la he visto más bonita y he contemplado de cerca tantas y tantas joyas de arte que estaría relatando monumentos, iglesias, basílicas y restos arqueológicos y nunca acabaría.
De lo que he visto me quedo con el Vaticano y en especial con la Capilla Sixtina, donde Miguel Ángel supo plasmar tanta grandiosidad que te quedas con la boca abierta de ver cómo ese hombre fue pintor y escultor, pues lo que reproducía en su quehacer creo que pocos lo podrán superar. He estado en la Iglesia de los Jesuitas que para mí tantos recuerdos tienen, pues me eduqué con ellos y me paré ante la tumba de San Ignacio de Loyola, fundador de esta legión y recordé al Padre Arrupe, cuyos restos están situados en el Altar Mayor porque su trabajo y entrega no fueron comprendidos por algún que otro Papa y como en todo, quien trabaja y siembra nunca se le reconoce en vida su quehacer.
Especial recuerdo tengo de la visita a la Iglesia de Las Esclavas del Sagrado Corazón, donde se encuentra expuesta su fundadora Santa Rafaela María. La tranquilidad y la paz de su cara no ponían en duda su santidad y cuánto sufrió durante esos años encerrada en su habitación para no fragmentar al Instituto. Vi donde falleció, donde vivió y esa preciosa Iglesia de estilo gótico diseñada por ella y que hoy es el lugar donde se recogen muchos cristianos para hacer ejercicios espirituales, preciosamente indicados por Ignacio de Loyola. Este recorrido, como es lógico, lo hice acompañado de mi hija Isabel que fue la mejor guía, no sólo para contarme la vida de Santa Rafaela, sino de tantas esclavas que allí dedican su vida a trabajar por los demás.
Estuve en muchos sitios más, todos maravillosos. Hasta tiré mi moneda en la “Fontana di Trevi” para volver otra vez a Roma y, de vuelta ya en mi lugar de trabajo, tengo que reconocer que la ciudad sigue siendo espléndida y merece la pena volver a ella. Por ello, desde mi blog invito a quien no la conozca que se desplace hasta Italia camine mucho y cuando tenga en su retina grabada a esta ciudad y al río Tíber no deje de pensar que merece la pena volver cada vez que uno pueda.